Veo pasar un gato amarillo. Va del sillón del living hacia el patio, cuando llega salta a la mesa y se acuesta al sol. Antes de acomodarse me mira y me dedica un maullido que dice qué lindo día, está hermoso el patio, recién comí y tengo sueño. Creo -me gusta creer- que también dice soy feliz.
Este gato vive conmigo, o yo vivo con él, hace siete años. No se parece a otros: este gato acaricia sin uñas, bebe mis lágrimas, me cura de todo y tenemos largas conversaciones de maullidos y palabras. Es un animal bello al que amo profundamente.
Este gato sabe diez minutos antes de que yo llegue que estoy en camino, y me espera detrás de la puerta. Este gato adora dormir la siesta al sol, pero más ama dormir conmigo en la cama. Este gato me mira con ojos amarillos y me dice muchas cosas, todas verdaderas, todas amables. Se recuesta sobre mi pecho y me abraza hasta que me duermo. Puede estar horas así, velando mi sueño, inmóvil, con sus pequeñas patas rodeando mi cuello, acariciándome la cara.
Este gato enciende los motores del ronroneo y de la felicidad temprano por la mañana, y sólo dejo de escuchar ese ruidito cuando se duerme, bien tarde.
Este gato es generoso y no sabe traicionar.
Es un gato tranquilo. Un gato serio. Casi no juega, apenas se acerca si algo le llama la atención y enseguida vuelve conmigo. Este gato está pendiente de mis pasos, de mis rutinas, de mis tonos de voz. Este gato se acuesta sobre mi mano izquierda cuando escribo y es capaz de quedarse allí toda una tarde. Este gato desayuna conmigo y me despide desde la mesa de la entrada cuando me voy. Este gato me mira cuando hay truenos o relámpagos, o cuando cualquier ruido inesperado irrumpe en nuestra casa, y yo le digo bajito que está todo bien, y entonces él ni siquiera se mueve y se queda muy tranquilo, porque este gato no se asusta de nada si está en mis brazos.
Este gato sale a veces al jardín y mira los pájaros lejanos, persigue alguna hoja o corre una mariposa, pero nunca la mata. Este gato se sienta a mirar el cielo y yo me siento a su lado y pienso qué estará pensando él, tan concentrado. Este gato me sigue a la cocina, me acompaña a la ducha, y se acuesta en la entrada del cuarto si por algún motivo no lo dejo pasar.
Ayer mi gato se durmió en mis brazos mientras yo le decía que todo iba a estar bien y que jamás dejaría que le pasara nada. Sé que escuchaba mi voz y que me creía, mientras entraba en su cuerpo suave el sedante que iba a matarlo.
Y aunque hoy sé que es imposible, miro el patio y veo pasar a mi gato amarillo que va desde el sillón del living hacia la mesa con sol, como tantas tardes, como nunca más.
miércoles, 25 de junio de 2008
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