viernes, 8 de febrero de 2008

La ruta de noche

Lucía baja la ventanilla y deja que entre el aire helado: la luna llena es un barco que navega el cielo y las nubes son islas que ese barco va descubriendo. Le gusta el viento en la cara; piensa en animales extraños, en piratas valientes, en náufragos a la deriva.
Es feliz porque sabe que pronto verán el mar; no el de las playas repletas de gente, sino el mar bravo y poderoso del sur.
-Lucía, subí el vidrio que hace frío- dice su madre mientras ceba el mate.
El auto se detiene en la cruz que forman cuatro caminos iguales. Lucía tiene una linterna roja, y cuando pone la mano delante del foco, su mano también se vuelve roja y pareciera que la luz la atraviesa. Cada tanto ilumina la cara dormida de su hermano que no se despierta.
-A ver, ayudanos con el mapa, acercá la linterna,-dice su padre. La madre pregunta dónde están y el padre responde que no sabe, que cree que pasaron de largo el desvío que debían tomar.
Una canción en la radio habla del puerto en Santa Cruz. El padre sube el volumen y la madre canta.
En el cielo transparente Lucía busca las constelaciones porque su abuelo le enseñó algunas. Quiere ver especialmente a Antares, el corazón anaranjado y brillante del Escorpión; su abuelo le contó una vez que ella era la dueña de esas estrellas porque nació en noviembre.
Doblan hacia la izquierda. Adelante los padres conversan, reparten chocolates y planean el recorrido de mañana. Nunca saben exactamente adónde irán ni en qué lugar les tocará dormir. Anoche durmieron en el rancho del capataz de una estancia. El hombre había criado una mara guacha que andaba por la casa como si fuera un perro. Si Lucía la iluminaba con la linterna, los ojos de la mara se volvían verdes y brillantes.
Antes de salir de la casa en Buenos Aires, la madre armó una caja: botellas con agua, chocolate, leche condensada y galletas. Se llama la caja de la supervivencia y la guardan por si el auto se rompe. Este año todavía no necesitaron abrirla, pero el verano pasado, cuando el Chevrolet azul quedó estancado en medio del paisaje desierto, la caja sirvió para alimentarlos el día y la noche que el padre tardó en llegar a un pueblo y volver con el repuesto que necesitaban.
El auto hace una maniobra brusca y esquiva algo. Lucía alcanza a ver sobre el asfalto el contorno de un animal encogido; se da vuelta pero en la oscuridad del campo pronto deja de verlo.
La música de la radio finalmente se interrumpe. Los padres están en silencio. La belleza del perfil de su madre se recorta en la luz de los faros. Después dice en voz muy baja:
-Estaba dormido, el perro-.

Lucía mira la noche, afuera, durante un rato muy largo. La ruta es una cinta negra que se ilumina y desaparece.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bello, imagino la mirada de Lucía a través del vidrio. Hay tensión, hay magia. Seguí escribiendo, escribiéndonos.