miércoles, 25 de junio de 2008

Para Milan

Veo pasar un gato amarillo. Va del sillón del living hacia el patio, cuando llega salta a la mesa y se acuesta al sol. Antes de acomodarse me mira y me dedica un maullido que dice qué lindo día, está hermoso el patio, recién comí y tengo sueño. Creo -me gusta creer- que también dice soy feliz.
Este gato vive conmigo, o yo vivo con él, hace siete años. No se parece a otros: este gato acaricia sin uñas, bebe mis lágrimas, me cura de todo y tenemos largas conversaciones de maullidos y palabras. Es un animal bello al que amo profundamente.
Este gato sabe diez minutos antes de que yo llegue que estoy en camino, y me espera detrás de la puerta. Este gato adora dormir la siesta al sol, pero más ama dormir conmigo en la cama. Este gato me mira con ojos amarillos y me dice muchas cosas, todas verdaderas, todas amables. Se recuesta sobre mi pecho y me abraza hasta que me duermo. Puede estar horas así, velando mi sueño, inmóvil, con sus pequeñas patas rodeando mi cuello, acariciándome la cara.
Este gato enciende los motores del ronroneo y de la felicidad temprano por la mañana, y sólo dejo de escuchar ese ruidito cuando se duerme, bien tarde.
Este gato es generoso y no sabe traicionar.
Es un gato tranquilo. Un gato serio. Casi no juega, apenas se acerca si algo le llama la atención y enseguida vuelve conmigo. Este gato está pendiente de mis pasos, de mis rutinas, de mis tonos de voz. Este gato se acuesta sobre mi mano izquierda cuando escribo y es capaz de quedarse allí toda una tarde. Este gato desayuna conmigo y me despide desde la mesa de la entrada cuando me voy. Este gato me mira cuando hay truenos o relámpagos, o cuando cualquier ruido inesperado irrumpe en nuestra casa, y yo le digo bajito que está todo bien, y entonces él ni siquiera se mueve y se queda muy tranquilo, porque este gato no se asusta de nada si está en mis brazos.
Este gato sale a veces al jardín y mira los pájaros lejanos, persigue alguna hoja o corre una mariposa, pero nunca la mata. Este gato se sienta a mirar el cielo y yo me siento a su lado y pienso qué estará pensando él, tan concentrado. Este gato me sigue a la cocina, me acompaña a la ducha, y se acuesta en la entrada del cuarto si por algún motivo no lo dejo pasar.
Ayer mi gato se durmió en mis brazos mientras yo le decía que todo iba a estar bien y que jamás dejaría que le pasara nada. Sé que escuchaba mi voz y que me creía, mientras entraba en su cuerpo suave el sedante que iba a matarlo.
Y aunque hoy sé que es imposible, miro el patio y veo pasar a mi gato amarillo que va desde el sillón del living hacia la mesa con sol, como tantas tardes, como nunca más.

jueves, 14 de febrero de 2008

El hermano

Es de noche y en la habitación hace muchísimo frío, aunque sea noviembre y haya pasado el invierno.
Hoy Lucía cumple cuatro años y no hubo fiesta. Hace unas horas nació su hermano. Algo salió mal, lo adivina en los ojos del padre que la dejó hace un rato en casa de sus abuelos. Escuchó que hablaban en voz baja y no entendió lo que decían pero le pareció que su padre lloraba.
En la cama ancha, Lucía no duerme: la luz de los relámpagos se filtra por las celosías. Se acurruca como un animal pequeño porque siempre tuvo miedo de las tormentas, y porque sabe además que detrás de los ventanales la acecha un lobo. La abuela le contó una vez que en su pueblo los lobos aullaban por las noches, tratando de entrar en las casas. Lucía se acuerda de una canción que cantan a veces sus primos y que dice no cantes hermano, que Moscú está cubierta de nieve, los lobos aúllan de hambre y Olga no vuelve, y ella se imagina a Olga caminando sola por la estepa inmensa y helada.
Con cada estallido del cielo Lucía se siente más sola y más triste. Quisiera estar en su cama con sus muñecos de dormir, especialmente con el perro azul que le trajeron los Reyes Magos, pero esta noche su padre estaba distraído y olvidó ponerlo en su bolso y ahora siente este agujero en el pecho y estas ganas de llorar pero no quiere porque le da vergüenza.
Una gotera toca los cables de luz y hace brillar arañas azules en el techo. Se abre la puerta y el abuelo la mira un rato desde el umbral; ella prefiere que crea que está dormida. Entra despacio, se acerca, la abriga con otra manta y deja al lado de su cama una olla donde caen las gotas de agua con un ruido rítmico y metálico y Lucía piensa qué pudo haberle pasado a su hermano y se le ocurre que pudo haberse muerto pero no sabe si un hermano que recién nace puede morirse.
Espera hasta que los ruidos de la casa se apagan. Enciende el velador con volados, saca una hoja de papel del cajón del escritorio, y con una lapicera que escribe rojo y finito dibuja un corazón, y escribe al lado Gabriel, que es el nombre de su hermano.
Después apaga la luz, se tapa la boca con la sábana áspera, y llora hasta que se queda dormida.


sábado, 9 de febrero de 2008

ON-OFF (diciembre del '89)


el miedo animal de la que latía furiosamente al borde del agua
aquella tarde en la que el cuerpo se volvió irremediable
como nunca hasta entonces

imágenes desordenadas / fotos crueles

ella siempre supo irse de sitios poco felices
esta no fue por supuesto la excepción
así que invalidó el gesto obsceno de esas manos
y cambió imperceptiblemente las voces del no amor
(pasó en el mejor de sus escenarios y no llovía)

viernes, 8 de febrero de 2008

La ruta de noche

Lucía baja la ventanilla y deja que entre el aire helado: la luna llena es un barco que navega el cielo y las nubes son islas que ese barco va descubriendo. Le gusta el viento en la cara; piensa en animales extraños, en piratas valientes, en náufragos a la deriva.
Es feliz porque sabe que pronto verán el mar; no el de las playas repletas de gente, sino el mar bravo y poderoso del sur.
-Lucía, subí el vidrio que hace frío- dice su madre mientras ceba el mate.
El auto se detiene en la cruz que forman cuatro caminos iguales. Lucía tiene una linterna roja, y cuando pone la mano delante del foco, su mano también se vuelve roja y pareciera que la luz la atraviesa. Cada tanto ilumina la cara dormida de su hermano que no se despierta.
-A ver, ayudanos con el mapa, acercá la linterna,-dice su padre. La madre pregunta dónde están y el padre responde que no sabe, que cree que pasaron de largo el desvío que debían tomar.
Una canción en la radio habla del puerto en Santa Cruz. El padre sube el volumen y la madre canta.
En el cielo transparente Lucía busca las constelaciones porque su abuelo le enseñó algunas. Quiere ver especialmente a Antares, el corazón anaranjado y brillante del Escorpión; su abuelo le contó una vez que ella era la dueña de esas estrellas porque nació en noviembre.
Doblan hacia la izquierda. Adelante los padres conversan, reparten chocolates y planean el recorrido de mañana. Nunca saben exactamente adónde irán ni en qué lugar les tocará dormir. Anoche durmieron en el rancho del capataz de una estancia. El hombre había criado una mara guacha que andaba por la casa como si fuera un perro. Si Lucía la iluminaba con la linterna, los ojos de la mara se volvían verdes y brillantes.
Antes de salir de la casa en Buenos Aires, la madre armó una caja: botellas con agua, chocolate, leche condensada y galletas. Se llama la caja de la supervivencia y la guardan por si el auto se rompe. Este año todavía no necesitaron abrirla, pero el verano pasado, cuando el Chevrolet azul quedó estancado en medio del paisaje desierto, la caja sirvió para alimentarlos el día y la noche que el padre tardó en llegar a un pueblo y volver con el repuesto que necesitaban.
El auto hace una maniobra brusca y esquiva algo. Lucía alcanza a ver sobre el asfalto el contorno de un animal encogido; se da vuelta pero en la oscuridad del campo pronto deja de verlo.
La música de la radio finalmente se interrumpe. Los padres están en silencio. La belleza del perfil de su madre se recorta en la luz de los faros. Después dice en voz muy baja:
-Estaba dormido, el perro-.

Lucía mira la noche, afuera, durante un rato muy largo. La ruta es una cinta negra que se ilumina y desaparece.


De puño y letra

Café sin cortar. Las Alas del Deseo. Bahía de San Salvador. Tardes de muñecas. Primera de la clase. Rosana. Escorpio. Latinoamérica. Pablo. El Cairo. Peces. Delantal blanco. Madre. Sal. Jamás el diario. Silvio Rodríguez. 44 kg siempre. Fotos viejas. Gervasio. Lentes oscuros y walkman. Invierno. Carmen. Viajes. Lapicera fuente. Puerto de Santa Cruz. Mi hermano. El Che. Cuarto grado. Fabián. Psiquiatra. Destino. Villa Gesell. Jack London. Estampillas. Tango. Nicolás. El viento. Noviembre. Distancia. Lucio. Faroles en la playa. La piel. Retiro. El mar. Caetano. Irreversible. Tarot. Que me atormentas sin cesar / que lo eres todo para mí. Nostalgia. Barcos de noche. Culpa. Folklore. El viento. Soledad. Puntos suspensivos. Sahara. Los Redondos. Plaza Irlanda. Una ruta de noche. Silencio. Luna llena. Niebla. Mujer entre perro y lobo. Cien años de soledad. Kizzy. Guillermo. Cuatro muertos. Florencio Varela. La facultad. Serrat. Padre. Definitivamente. La Insoportable Levedad del Ser. Ushuaia. Siempre. Lo que no supe decir. El Extranjero. Aquel perro parado debajo de la lluvia. García Lorca. Ciudad del Cabo. Suburbio. Ulises. Todo o nada. Saura. Como una ola oscura el olvido / la memoria sin vos. Increíblemente despierta. Gracias por el Fuego. Todavía. Asma. Liceo 9. Un globo azul. Miedo a las tormentas. Beckett. Te querré siempre. Cierta angustia. El Beso de la Mujer Araña. Celos. Llovizna. Un muelle. Basta.